Una Calculadora para los Incendios José Musse Publicado - Published: 03/03/2005 Ese deseo por aprender nuevas tecnologías, es como padecer una severa adicción. Uno nunca está satisfecho por mucho tiempo y sale a buscar más, alimentando una espiral infinita. De pronto uno se despierta con ansias de conocimiento. Trata de buscar respuestas y nadie a su alrededor siquiera se hace la pregunta. En aquellos años, de noviciado bomberil, respiraba humo, transpiraba fuego, soñaba con incendios y en la quietud de noches imposibles, escuchaba sirenas.
No leía, devoraba letras. Si era un libro de 120 o 240 páginas, igual me daba, en un solo día podría digerirlo y luego como una fiera descubría que mi apetito antes de calmarse, necesitaba de más. Era caer en un pozo de vorágine o entrar a una caverna sin un final de luz. Entrar a un tema, no era para saber más, era para terminar con más dudas para disipar en el futuro.
Para no convertirnos en bomberos teóricos, invertíamos, Aldo Sessarego y Ricardo Durán varias horas montado operaciones con mangueras y chorros de agua. Formación en “V”, en “Y” y otras que inventamos o duplicamos de solo verlas en libros, tratando de descifrar su uso práctico. Algunas veces teníamos 6 u 8 horas diarias de frenesí formador.
Si esa jornada que vivíamos con intensidad en el Parque 5 de diciembre -frente a la Compañía de Bomberos Antonio Alarco 60- se combinaba con una emergencia real, era cerrar el día con broche de oro. Entrenamiento físico, leer nuevas técnicas y ponerlas en marcha, fue por varios años nuestro norte.
Hay una desventaja en el bombero sudamericano. Estudios y lecturas desordenadas que resultan en conocimientos incompletos. Todos quieren leer sobre combate de incendios interiores y nada sobre reacondicionamiento. ¿Ha notado que hay compañías de bomberos que no tienen ningún material para salvar bienes? Nada de pedir o comprar una baratísima manta impermeable. Todo es acción. Mangueras, hachas y pitones. ¿Cuántas propiedades salvaríamos si pusiéramos más profesionalismo y pospusiéramos la cacería barata de adrenalina?
Nosotros –el Grupo Rojo, como nos autodenominamos- invertiríamos en una auto formación con énfasis en todo lo que se espera debe saber un bombero. A veces lo logramos y muchas veces no.
Estas acciones que resultaban tan satisfactorias en un principio, desencadenaron en mí, un profundo sentimiento de aislamiento que no anticipé.
Dedicado a la instrucción, me creí esa vieja historia de invertir en las nuevas generaciones. Poco pasó para descubrir que el sistema era corruptor. Aquellos espíritus brillantes no tardaban en volverse perezosos, una vez graduados de bomberos. No más interés, un conformismo desgarrador. La compañía era un club social gratis.
Un Cuerpo de Bomberos sin parámetros de exigencia profesional era más seductor y aplastante que la promesa de una calidad de servicio, y más fuerte que un lema pomposo como “Dios, Patria y Humanidad”.
Para progresar, ascender o tener un buen cargo, no es necesario ser competente, solo es imprescindible ser amigo. Decía Marco Aurelio Denegri que Hamlet se volvería loco en nuestras tierras, porque Ser o no Ser, aquí da lo mismo.
La cultura organizacional es poderosísima. Veía a la mayoría de mis colegas haciendo barbaridad y media en cada emergencia sin inmutarse. Pero nada más desconsolador que atestiguar como aquellos bomberos aspirantes que había graduado con orgullo, poco a poco se mimetizaban con el entorno. Hoy, algunos no los podría reconocer, pues son férreos defensores de la podredumbre más estupefacta.
Con el paso de los años, el Grupo Rojo desapareció. Aldo se había casado y se había marchado del país. Fue el primero, poco a poco, todos se marcharon. Los años de juvenil entusiasmo ceden el paso a las obligaciones adultas. El voluntariado no se puede siempre, no cuando hay que decidir entre el crecimiento personal y las obligaciones institucionales.
Sin el Grupo Rojo me sentí bastante desvalido. Aquel era un equipo de bomberos voluntarios que entusiasmados, sufríamos de un contagiante anhelo por mejorar profesionalmente. Desarticulado, la maratón se convirtió en una caminata en solitario. Nunca más volvería a practicar la formación en “V”. Para hacerlo, entrené gratis a la brigada de incendios de Industrial Cacer. Tampoco tenía muchas ganas de formar nuevas generaciones. Solo cinco bomberos, de las muchas promociones que gradué, no me decepcionaron.
Salía a cuanta emergencia podía, pero igual no sentía satisfacción, no era como antes. Atender emergencias era frustrante. Sabía que podíamos hacer mejor las cosas y a nadie alrededor parecía importarle. Sabía que había otros bomberos peruanos en mi mismo camino, pero no les conocía – La Alarco 60, era apodada la Departamental San José, por su lejanía de otras compañías- solo en grandes incendios, entrenamiento o reuniones sociales departíamos con otros bomberos.
Imbuido en la hidráulica de incendios, en cada incendio extraía mi calculadora y disponía caudales y presiones. No sin soportar la burla de mis propios compañeros. Había desarrollado mi propio Workbook, basándome solo en una foto de un catálogo de la NFPA que promocionaba el libro “Fire Command” ¿Por qué no? Debe ser útil tener en un gráfico todo el sistema de actuación, me dije.
Poco a poco fui mejorando mi guía de intervención. Cada emergencia era bajo ensayo, error. Sabía que la Miraflores 28 usaba uno, aprendí lo que pude y lo asimilé. Cuando años más tarde leí por fin el “Fire Command” de Alan Brunacini, me quedé con todos sus conceptos, pero no con su guía de intervención.
Pero salir a responder un incendio con un libro bajo el brazo era demasiado audaz para aquellos tempranos años ochenta y la burla era frecuente y demoledora. “No sea idiota, acá se apagan incendio a mano, no con papeles”, “míralo, qué ridículo con su calculadora.”
Como Jefe de Instrucción podía usar la pizarra acrílica de la 60 que estaba en la sala de televisión y la aproveché para hacer los gráficos de los incendios que asistíamos. Pero no eran gráficos de lo que hicimos, sino de lo que debíamos haber hecho. Fueron los precursores de los “Análisis de Incidentes” que años más tarde realizaría por Internet.
Era este uso de la pizarra, un enfrentamiento directo contra el establishment. También, era mi modo de vender la idea de que deberíamos mejorar operacionalmente, de lo indispensable del dominio de la hidráulica y como una calculadora hacia la diferencia. Les decía a mis alumnos: “¿Se imaginan a un médico sin conocimientos de anatomía? Pues, si el bombero tiene como principal herramienta el agua, es tan abominable un bombero sin el entendimiento absoluto del agua y sus propiedades como un médico ignorante de la anatomía humana.”
Cuando hacía estos precursores análisis de incidentes en la pizarra y debido a que solo leía textos en inglés, casi sin darme cuenta, comencé a utilizar sus términos nativos. No escribía “PF” por decir: Pérdida por Fricción, sino “FL” por Friction Loss, "E" por Engine Company, Autobomba, "T" por Truck, Camión de Escaleras.
Un día llegué a mi cuartel al mediodía del verano. No solía llegar a esa hora, pero lo que pasó, catapultó mi vida.
Estaba todo el Comando Nacional en pleno, visitando la Alarco 60. Habían patrulleros y un vehículo blindado con escolta. Raro, muy raro.
Mi presencia no fue bien recibida por mi comandante. Esa visita estaba planeada anticipadamente para disfrute de los “amigos” y los bomberos “decentes”. Era un paracaidista inoportuno.
Los ayayeros estaban allí con sus uniformes radiantes, recién entregados para lucirse. Esa escena es conocida. Llega un bombero extranjero y todos quieren recibir un pin o un parche de regalo. Sería de regalo porque no teníamos emblemas para intercambiar. Claro, el cuartel estaba reluciente.
Entre Waldo Olivos, Ricardo Mayocchi, Juan Piperis y otra docena de altos oficiales, había un hombre alto, caucásico, de expresión sería, mirada vigilante y agudeza mental. No visitaba, inspeccionaba.
Un bombero me susurró al oído “Es el Jefe de Bomberos de Washington, D.C., Ha llegado con escolta de la embajada norteamericana. Tiene pasaporte diplomático”. Nunca supe de tales prerrogativas en otros visitantes.
¿Qué hace aquí? Pregunté ingenuamente. Era obvio. Para 1989, la Alarco 60 era el cuartel más moderno y valía la pena lucirlo.“¿Siempre está así de limpia la maestranza?” Interrogó en inglés el ilustre visitante. “Si”, le respondieron los que no sabían nada de la 60.
Entró a cada salón, cada habitación. Baños, biblioteca. Todo rápido y sin mayor interés. De pronto vio mis anotaciones en la pizarra y se detuvo con curiosidad ante aquel modesto análisis gráfico del incendio del Cine Colón, ocurrido en la avenida Saenz Peña del Callao. La mirada de desconcierto de todo el pleno del Comando Nacional era harto elocuente. No sabían que hacer ni qué responder ante la metralla de preguntas que disparó.
No solo no entendían lo que preguntaba sobre hidráulica y táctica, sino que para empeorar las cosas, estaba con siglas en inglés. El Jefe de Bomberos se plantó, allí mismo. Seguía y seguía, dirección del viento, hombres, autobombas, escala, snorkel, chorros maestros, presión de bomba, presión de pitones, perdida por fricción. Notas para usar “backup lines 2 1/2”, vías de evacuación alternas para bomberos, ventilación positiva, citación NFPA 1410, 400 G.P.M....
Aunque estábamos separados de la oficialidad y no podíamos participar. Desde la Sala de Máquinas podía verse la escena con claridad. El lenguaje corporal denotaba incomodidad. Ricardo Mayocchi, hizo el mejor esfuerzo que pudo y comenzó a responder. Debe haber sido una labor titánica tratar de explicar un incendio en el que no se había estado y más exponer por un gráfico cuyos garabatos no son de uno.
Los minutos corrían y a más respuestas, más preguntas formulaba aquel Jefe de bomberos. No cesaba de repetirme a mi mismo -que venía de un país donde los bomberos son de verdad- y así, me sentía halagado por su atención.
Por supuesto, aunque formado marcialmente, mis ojos saltaban del lugar y no cabía en mi curiosidad. De reírme para dentro. Si había un bombero que entendería lo plasmado, sería este. Y, si había un bombero que podría explicárselo, este era Mayocchi.
Finalmente, el importante visitante se retiró con la velocidad de un amenazado de secuestro. Tan rodeado de tamaño séquito, que ni pude acercarme.
Insólitamente, nunca se habló más del tema en mi cuartel. Ni mi jefe de compañía ni mis compañeros comentaron nunca nada. Como si ese episodio nunca hubiera ocurrido. Pero como por arte de magia, desde aquel día, nunca más nadie se burló de mi calculadora en los incendios.
Meses más tarde visité a Juan Piperis en su casa, fue para devolverle un manual de procedimientos en emergencias de Chile que me había prestado y no pudiendo contenerme, le pregunté por aquel visitante.
“¿Tú escribiste eso?” Sí, le respondí. “El Jefe de Bomberos quedó impresionadísimo por la estrategia que plasmaste. Hizo un montón de preguntas que no sé si respondimos bien. Quería saber sí todos nuestros bomberos trabajan con guías tácticas como esa. Finalmente dijo: Ya quisiera yo tener bomberos así tan capaces en mi Departamento”
Desde ese día, nunca más me importó sufrir una mofa. Aquellos días de soledad académica, de escarnio, habían desaparecido. Y, cuando digo desaparecieron, me refiero no solo que no se repitieron, sino que dejaron de importarme.
Fue aquel bombero extranjero, venido de Washington, D.C., que sin proponérselo me había dado un espaldarazo cuando más lo necesité. Vitalizó mis ansias por seguir mejorando. Sus palabras me animaron a proseguir, sin ellas creo que hubiera desistido o dejado mi carrera bomberil. Entendí, la razón por la cual muchas veces hay caminos en solitario.
Ahora, cuando recuerdo este episodio de mi vida, la veo como el comienzo de “algo” que fue tomando forma.
Hoy, agradezco a Dios esos años de dolor, de indiferencia, cuando lloraba en soledad en el minúsculo obelisco del Parque 5 de Diciembre. De cuando miraba a las estrellas desde ahí y escudriñaba a Dios, de por qué mi vida era a veces tan difícil, ¿Qué sentido tenía? ¿Esto obedecía a un plan?
Hoy, cuando un juvenil bombero o rescatista de algún país iberoamericano me cuenta de su escasez, de sus intentos por innovar, de proponer nuevos métodos, de sus penurias materiales, de su lucha por mejorar su servicio o veo en su mirada ese simple apetito por “más” no puedo dejar de verme en él mismo y le digo:
No importa lo que te digan, ni los obstáculos que encuentres, sigue adelante. No te envenenes, no permitas que tus sueños envejezcan, actúa con idealismo y desprendimiento. Porque quiero decirte que finalmente lo lograrás. No te desvíes del camino, no te llenes de rencores. Se apasionado, implacable con inútiles, ladrones y corruptos. Te prometo que cuando llegues al final de tu carrera, podrás mirar atrás y con orgullo esbozarás una sonrisa enorme. Sentirás una satisfacción que no puede explicarse, pero cuando la vivas, entenderás que valió la pena. No es el fuego ni el desastre tu peor enemigo, sino la apatía, la mediocridad. Pero esa oscuridad que enfrentarás, será tu luz.
(*): Site del autor: www.josemusse.com
Email: jmusse@desastres.org
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